Hace unos años iba por la calle paseando y de pronto escuché unos lamentos que procedían de algún lugar cercano. Puesto a socorrer a quien lo necesitaba, me propuse buscar el origen de los gemidos, y cuál fue mi sorpresa, que al bajar unas deterioradas escaleras, me encuentro a una señora recostada de lado en un escondido parterre. Como abogado, lo primero que pensé, es que se trataba de alguien que se habría caído por el mal estado de las escaleras, y que, seguramente, no sabría lo que debe de tener en cuenta para reclamar por una caída en la calle.
Apresuradamente me acerqué y le hice algunas preguntas a ver si estaba desorientada. A simple vista, aparte de rasguños y algún hueso posiblemente fracturado, no tenía daños neurológicos y conservaba el pulso, por lo que me apresuré a llamar al 112. Mientras esperábamos a la ambulancia, le pregunté cómo pudo haber ocurrido, pero la señora solo recordaba haber tropezado y se quejaba de un fuerte dolor de la cadera.
Mientras trataba de tranquilizar a la accidentada con una conversación banal, aproveché para hacer una inspección visual, y lo que me llamó la atención fue el lamentable estado de la calle en un zona de reciente urbanización: peldaños huecos, agujeros en la acera, escombros en las cunetas, baldosas levantadas y un parterre a otro nivel sin muro que lo delimitara de la acera.
Puesto a reconstruir el accidente para informar a sus familiares, le pregunté si venía hablando por el móvil, leyendo algo o mirando hacia otro lado, pero la señora se limitó a contestar que estaba estirando las piernas.
Observé su calzado y vestimenta, tenía puestas unas zapatillas de deporte y un chándal de algodón, y la primera conclusión que saqué es que la caída no pudo ser por su culpa. Rebusqué por el parterre y vi un trozo rectangular de baldosa gris y lisa de piedra. La cogí, la llevé a la escalera, y encajaba perfectamente en un peldaño. Le pregunté si me permitía sacar fotos con el teléfono móvil y contestó afirmativamente, por lo que retraté la escena.
Una vez llegó su hija le ofrecí mi número de teléfono por si necesitaban un testigo, ya que al ser testigo presencial, no debía ofrecer mis servicios como abogado. Posteriormente informé a los técnicos de la ambulancia sobre la manera en que pudo ocurrir el suceso, y así lo indicaron en el informe. Pasados unos días envié a la familia un correo con las fotos y una descripción de la escena que me encontré.
Dos años después, cuando ya tenía todo esto casi olvidado recibí un obsequio en mi despacho con una nota anónima que decía: “por su ayuda desinteresada le estamos muy agradecidos”. Posteriormente recibí una llamada, y era la hija de la señora. Me contó que había reclamado al ayuntamiento en cuestión y que finalmente había llegado a un buen arreglo económico sin necesidad de ir a juicio, y que a su abogado le sirvió mi dossier fotográfico y la explicación sobre cómo pudo ocurrir el accidente.
Llegados este punto que sirva como reflexión la importancia de asegurarse la prueba para reclamar una indemnización por caídas en la vía pública, ya que muchos de estos accidentes ocurren en soledad, y cuando nos planteamos acudir a un abogado ya es demasiado tarde o los técnicos de ambulancia han escrito información errónea o simplemente parece una reclamación oportunista.
Para que esto no ocurra es muy importante, además de tomar los datos de personas que pasasen por la zona, contar con los servicios de un abogado especialista en daño corporal o derecho sanitario que le asesore en todo el proceso, ya que no solo le ayudarán a conseguir la mayor indemnización sino a reconstruir los hechos con pruebas sólidas.
Si desea saber cómo reclamar, visite nuestra publicación sobre las cuestiones más importantes que debe de tener en cuenta para reclamar por una caída en la calle.